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Lo más de lo más

Manuel Corrada.

 

Vitacura es otro Chile. Geográficamente, una isla aparte; ritmos, a su aire; orgullo comunal, desatado. Por si faltara algo, organizan un concurso para el edificio del Nuevo Museo de Santiago (NUMU). Un elefante blanco en un extremo de un parque plano. Pretensiones, sobran; sentido de las proporciones, falta.

Plantear como “nuevo” un edificio con dos salas de 1000 m2 y una de 500 m2 para colocar piezas de “arte contemporáneo”, significa ignorar que Chile es un país hecho y derecho. De arte contemporáneo nadie alcanza al MAC, con catálogo razonado de toda su colección, ni a la documentación y dirección experta del Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, ni la vitalidad urbana de Balmaceda Arte Joven y del GAM. Incluso, yendo cerca, a pocas cuadras está un museo privado que, según sus principios, jamás estira el sombrero pidiendo limosna del estado, ni mendiga que éste le pase el plumero a su colección ni la proteja de robos, costos que por cierto pagamos todos los chilenos. Se trata del estupendo Museo Ralli.

En cambio, el NUMU alojará una colección que en su mayoría es una feria de lo que venden las galerías chilenas de arte. Estas colecciones armadas por galerías para clientes ricos carecen de la más mínima pasión salvo la del reconocimiento social. Un caso: la colección Berardo en Portugal. Tras enriquecerse por negocios gelatinosos en África aparece en el país lusitano. Le ceden el antiguo casino de Sintra para que ponga su colección. Con la urgencia de armarla, compra en los buenos galeristas: Castelli, Sonnabend, Gmurzynska. ¿El resultado? Una colección pagada carísima que tiene un Warhol, un Lichtenstein, “uno de cada”. Es decir, nada de nada. Pues la gracia de una colección, que le otorga casi un nivel abstracto, es la obsesión compulsiva de su dueño por poseer todo acerca del equis que sea y cuya energía proviene del ansia por lo que falta. Las inmensas salas del NUMU tendrán harto a la vista. Y, calculan tanto los organizadores del concurso como el equipo ganador, que quizá se produzcan situaciones no previstas. Habrá que verlo.

Lo que sí sabemos es que más de setenta grupos profesionales invirtieron, sumados, cerca de medio millón de dólares para resultar elegidos. Calzan con la descripción y estudio hecho por Peggy Deamer. Al borde del tonto útil, la arquitectura en mayúsculas favorece trabajar por las puras, con malos pagos, sin contratos, pues la disciplina está sobre las precariedades ordinarias de la vida común y corriente. En cierta medida, una versión en clave artística del fascismo.

Según el ganador del concurso, el NUMU abrirá un área totalmente novedosa: la de la relación entre arquitectura y salud. Pondrá a prueba los beneficios neurofisiológicos que provienen de la energía que emiten los materiales “naturales”, las vibras de la madera, por ejemplo. Si es así, habrá que dar por descontado que éste será un lugar de peregrinación terapéutica al que, más encima, se llegará en metro. En resumen, lo más de lo más.

La arquitectura de la Convención Constitucional

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